ÉTICA DE LA VULNERABILIDAD
mas allá de la ratio dominatio
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 1 Pedro 1: 24.

En la biblia aparecen muchas historias de enfermedades y plagas, las cuales tienen una explicación dentro de la historia de la salvación.

Unas sirven para liberar las trabas humanas que impiden que brille la voluntad redentora de Dios, como el caso de las plagas de Egipto; otras son signos del pecado personal o social como cuando María hermana de Aarón criticó a Moisés por romper una regla étnica al casarse con una Cusita, y por ello Jehová la hizo padecer lepra por 7 días.

Realmente todas las formas de enfermedad son medios que pueden permitir que la gloria de Dios se revele, o sea, la gloria de Dios es que la humanidad viva.

Muchos escritores religiosos sostienen la relación directa entre pecado y enfermedad, según la teología tradicional. Esto se le llama “teología de la retribución”, o sea, Dios castiga a los pecadores, o por lo menos Dios estableció las consecuencias patológicas del pecado.

Esta postura tiene un lado cierto y otro mítico. Lo cierto es que el pecado desde la antigüedad se relaciona con “la mancha” y la “suciedad” según Ricouer. El pecado no solo funda la culpa, sino que impone un “estigma” social; las personas devienen en “sucias”. Sobre este mecanismo es que se comprende el poder de la culpabilización religiosa como el verdadero poder pastoral. Pero la cosa no termina ahí, resulta que hoy día se estudian los efectos patológicos del pecado y la culpabilización: realmente “contamina” el sistema inmunológico y puede llevar a estados enfermizos psicopatológicos y psicosomáticos[1].  

La visión mítica de las enfermedades consiste en que no tiene en consideración la totalidad de la creación de Dios y entra en contradicciones con una visión de conjunto del mundo y el universo. La visión teológica de las enfermedades, la salud, la muerte como proceso biológico, no pueden entrar en contradicción con los procesos biológicos[2] (parte de los procesos biológicos es la muerte y las enfermedades) ni con la visión de Jesús: las enfermedades son para que la gloria de Dios se revele (Jn. 9).

Jesús trasciende la “teología de la retribución” en sus dos elementos centrales: la enfermedad no es por el pecado heredado (Jn. 9: 3: ni este ni sus padres pecaron), ni es castigo de Dios (son oportunidades: para que se revele la gloria de Dios).

Para entender esta visión desde el enfoque de la complejidad debemos resignificar dos categorías centrales: pecado, enfermedad y salvación.

Pecado es una categoría religiosa, no de las ciencias médicas. La palabra pecado tiene toda una tradición interpretativa dentro del texto bíblico. “Errar al blanco”, “desobediencia a la voluntad de Dios”; y esta se muestra en diferentes formas de falta de amor y solidaridad, así como deformación de la vida personal y social (pecado moral) Las causas de tales deformaciones no debemos buscarla en la explicación mítica del “pecado original”, inexistente en la tradición bíblica. El pecado original es una idea sistematizada teológicamente por San Agustín (Ricouer. 1976. p, 5-23), y posteriormente elevada como dogma, y así retomada por los reformadores protestantes.  

Las deformaciones de la persona y la sociedad están en las mismas realidades de falibilidad, finitud y capacidad de yerro en las personas. Esta forma “frágil” de ser humano no es por una maldición hereditaria sino por la simple razón de que no somos dioses, no somos eternos e infalibles. ¡La gloria del hombre y la mujer es su finitud!

Estas características humanas nos hacen comprender el pecado y el yerro como expresión de nuestra finitud e incompletitud; pero el pecado es más que yerro, revela además una “sombra” en la persona humana. La psicología profunda no es dualista, sino que nos revela el doble rostro de la unidad humana: somos animus y ánima; demens y sapiens. Esta dualidad (no dualismo) puede ser entendida de dos maneras: desde la antropología del “ser en devenir”, o la incompletitud de este ser procesual. La base para que el hombre sea “ser en devenir” es su incompletitud, su falibilidad, su fragilidad. En su finitud el hombre aspira a más, y ahí crece hacia una nueva síntesis mejor. Por otro lado algunos pensadores entienden esta dualidad como ruptura de una síntesis primigenia (pecado original).

Para el que escribe estas líneas la única síntesis primigenia posible es la mayor información posible en los organismos menos evolucionados, pero con toda la potencialidad de desenvolvimiento. En otras palabras: todo lo que es posible existir y evolucionar en el universo ya estaba contenido en los primeros fragmentos de los orígenes de todo. Luego, se sostiene que la plenitud del hombre y del cosmos no está al inicio, sino en el desenvolvimiento de todas sus posibilidades.

En esta visión bioteológica, o cosmoteándrica, la muerte y las enfermedades, el yerro y el pecado, tienen una explicación que no rompe con el amor y la majestad de Dios. La teodicea como la conocemos no tiene lugar en este visión. (Ver paradoja de la teodicea[3])

 En ello, las bacterias, virus, las explosiones de las estrellas… hasta el ser humano y el desarrollo de su ciencia, todo es parte del proceso evolutivo-salvífico; es la historia de la salvación; es salvación evolutiva, es proceso de plenificación.

Las bacterias, virus y variaciones genéticas son parte del diseño creacional del Dios creador; la función de estos es central para que la vida sea posible y se sostenga. Estas son creaturas de Dios que tienen una función de vida. Lo que no significa que no tendremos nuestros cuidados de higiene y médicos.

El problema para la conciencia humana es el antropocentrismo. El ser humano se cree la “corona de la creación”, el ser más importante, el dominus. El ser humano cree que tiene una misión especial en el universo. Entre miles de millones de estrellas, millones de galaxias; con un conocimiento y consciencia tremendamente limitada, y con una influencia igualmente microscópica respecto a su universo; aun así se cree “dominus” del universo, con una misión especial. Aceptémoslo: los humanos no somos tan importantes como creemos. Pero aún así, tenemos mucha potencialidad.

Esta arrogancia ontológica provienen, no solo de “los sueños de la razón” moderna, sino que tiene una causa en la teología cristiana. Es la doctrina del señorío del hombre sobre la naturaleza en base a Génesis 1. Ésta doctrina debe reinterpretarse desde la idea del “cuidado de la creación” y no como dominio sobre la creación.

Si hacemos una lectura responsable del texto bíblico veremos como el ser humano está ubicado en el entramado de la creación, no por encima; su función como creatura hecho a imagen de Dios es reproducir el cuidado de la vida, así como Dios ha tenido ese cuidado. Una función de responsabilidad no de voracidad y dominio.

Dentro de este “cuido” el ser humano es responsable de conocer su mundo y utilizarlo a su favor, por ejemplo, con la medicina prevenir y curar enfermedades, para hacer mejor la estadía de las personase en la tierra. Utilizarlo como don y medio de vida sin provocar su destrucción por abusos biotecnológicos como es el caso de las guerras bacteriológicas, modificación genética del ser humano, etc.

Las enfermedades no son ni espíritus inmundos, ni castigo de divino; son expresión de los procesos bilógicos naturales establecidos por Dios en su creación. Que diga en el texto de Génesis que Dios todo lo hizo bello y bueno en gran manera, no significa que se excluyan los equilibrios biológicos, donde las bacterias y virus juegan un papel importantísimo; al contrario, el mundo es bello y bueno a causa de su equilibrio, donde todos estamos implicados en la trama de la vida.

Los desajustes y desequilibrios en y entre los organismos vivos son naturales y forman parte de los procesos de creación y sostenimiento de la vida. Ningún árbol, ave, planta, etc., objetará su finitud y caducidad. Su vida es un don y servicio que se entrega para la vida de otros seres y del gran organismo planeta-vida.

Ahora, esto no es así con el ser humano. Por tener conciencia de sí el humano vive las enfermedades, más aun la muerte, con agonía o sufrimiento, no solo de los procesos patológicos sino de su expectación ante la muerte. Esto ha sido y será así siempre que haya seres humanos. El problema surge cuando se desajusta el equilibrio en las relaciones humano-naturaleza, y así el ser humano  rechazando su finitud va en busca de su autodivinización; y en su arrogancia provoca su misma autodestrucción[4]. El hombre moderno representa el cumplimiento de la promesa de la serpiente: y seréis como dioses.

La razón, la ciencia, la medicina, los derechos, siendo conquistas humanizadoras a la vez contienen un núcleo espiritual ambiguo: han hecho de los individuos cuasi dioses. Hoy día es cuando el ego humano es casi infinito. Por ello se da la negación de nuestra naturaleza finita.

La fe cristiana entra en escena contra toda forma de autolatría (idolatría, androlatría, etc.) y para restablecer el equilibrio relacional entre Dios y el hombre, entre el hombre y la naturaleza; reconciliando todas las cosas (Col. 1: 18-24). Por ello la fe cristiana  no niega las enfermedades ni el sufrimiento por la expectación de la muerte. Pero aporta una estructura que soporta la vida aún en medio de estas situaciones: la fe y la esperanza.

La fe ubica en su lugar el ego divinizado humano: somos creaturas, sólo Dios es Dios. Solo es posible darle la gloria a Dios cuando la vida del hombre se recrea y se guarda-esconde en Dios mismo. La fe permite alabar en espíritu y en verdad porque nos ubica en el reconocimiento de nuestra finitud, y nos permite reconocer la majestad de Dios. A la vez esta fe nos activa la esperanza escatológica (contrario a la esperanza deshabilitante[5]) para tener la convicción de que, aunque débiles y finitos, nuestra vida la pertenece a Dios.

Deshonramos a Dios cuando declaramos sanidades o cancelación de patologías, y cuando no sucede tal declaración arrogante decimos: es que no tenía suficiente fe (el que lo declara o el beneficiario). Justificarse así es poner en aprieto a Dios, ya que naturalmente las personas se preguntarán: ¿acaso la bondad de Dios no excede la infidelidad humana?, ¿acaso donde abunda el pecado no sobreabundará la gracia?

Pero también se dice: “el coronavirus Dios lo envío para que la gente se arrepienta de sus pecados y busque a Dios con corazón arrepentido”. Entonces les preguntaríamos a esas personas: ¿acaso la iglesia no es la enviada para tal propósito?, ¿Dios instrumentalizaría el dolor ajeno para su propio beneficio?, ¿y los muertos que no podrán “arrepentirse”?, ¿Dios es culpable del sufrimiento humano?... Entonces surge la respuesta de cajón: “no somos nadie para cuestionar a Dios, sus planes son perfectos”.

Estamos de acuerdo en ello, pero el problema no está en “cuestionar a Dios”, sino que el cuestionamiento es a nuestra pretensión de justificar a Dios, a defender a Dios, a nuestros discursos de poder; al final no es defensa a Dios sino justificaciones ante nuestra ignorancia y falta de humildad. No podemos afirmar absolutos, creyendo que es la “sana doctrina”. Existen frases religiosas que confunden en vez de aclarar.

Por ello podemos diferenciar la teología fuerte de la débil: la teología fuerte es la de absolutos, que funda egos inflados, a tal grado que en nombre de una interpretación de la “sana doctrina” se inmuniza de la debilidad y sufrimiento humano; por otro lado la teología débil es aquella que le da toda la gloria a Dios, y ubica al ser humano en su justa dimensión: la finitud.

El poder que nos da la fe es de espera, humildad y plena confianza en el cuidado de Dios, no para arrogarnos superpoderes cuasi divinos. La fe activa nuestra conciencia de cuidado y responsabilidad. Nos recuerda nuestra fragilidad y por lo tanto nos hace responsables unos de otros.  

Esta cuestión la podemos ampliar a la luz de la tesis 21 de Lutero en la diputación en Heidelberg:

El teólogo de la gloria llama a lo malo, bueno y a lo bueno, malo; el teólogo de la cruz denomina a las cosas como en realidad son.

Los teólogos de la gloria hoy día sostienen una teología afirmativa de absolutos. El centro de esta postura es que los absolutos dejan de ser “misterios de Dios” para pasar a ser propiedad de superapostoles o superpredicadores (teología de lo sobrenatural). Existen muchas teologías de la gloria que han fundado sendas religiones políticas, desde Amón Ra, hasta el positivismo y nacionalismos del siglo XIX.  Estas son teologías descendentes y no necesitan la historia, los proceso ni la libertad y dignidad humana. Estas teologías de la gloria revelan un tipo de divinidad absolutistas, superpoderosas, como las del panteón griego, romano, egipcio, etc.

La única teología que no parte de la gloria sino de la cruz es la teología evangélica. La teología evangélica es la crítica a los dioses de la gloria, y todo su sistema litúrgico del poder. La teología evangélica revela al Dios Abba en la persona de Jesús de Nazaret.  ¿Cómo es posible que Abba sea el Dios verdadero si permitió el asesinato de su enviado?, ¿acaso Amon Ra, Júpiter o Quetzalcóatl hubieran permitida el asesinato de su enviado? Ser todopoderoso obliga a someter; no importan las razones ni el sentido, basta someterse a la creencia, al providencialismo, o sino esperar la ira divina.

La teología evangélica subvierte el presupuesto fundamental de la teología de la gloria: no es el poder-sometimiento el que salva, sino la entrega de la vida en servicio salvífico. La muerte al tragarse la luz fue subvertida desde sus propias entrañas en luz. La muerte para el que cree es “más vida”. Jesús descendió a los infiernos y ahí predicó a los espíritus cautivos.

La cruz es símbolo del juicio de Dios contra todos los ídolos de la gloria. La cruz es esperanza de vida para los que sufren. La cruz como símbolo de la total negatividad del mundo torna en negatividad reveladora (1 Cor. 1: 27-31).

“Lo negativo es el fondo sobre el que resalta aún más el gran potencial humano de insólitas perfecciones, como sonata nocturna en un silencio de orbes, y es la prueba de que el hombre puede crecer y crecer en las peores condiciones, pues es el ser que corrige, añade, se sobrepone, como ilusión no abatidas por riadas de sin sabores, y es el mejor testimonio de que la nada no triunfa y de que lo negativo no impone su veredicto”. (Del Barco. 2000. P, 46)

Lo negativo deja brillar las potencialidades; el caos es transición a un orden superior; las crisis son oportunidades de crecimiento.

¿Dónde está Dios en todo esta crisis?, ¿en los discursos fundamentalistas o en la solidaridad?

Víctor Codina nos dice: Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza (Codina. 20/03/2020. ¿Dónde está Dios?).

Pero por qué no reconocer que Dios también está en las bacterias, en los virus, en los proceso entrópicos, caóticos, que permiten a los sistemas vivos sostener la vida[6]. Esta observación puede ser dura, más en momentos de sufrimiento por un virus como el CODIV 19. Pero no nos confundamos: Dios puede estar en el CODIV 19 no porque Dios lo haya enviado como castigo o pedagogía iniquitatis (para que nos arrepintamos), sino en cuanto que la creación en parte es sostenida por este y muchos otros virus.

El gran mal que revela esta pandemia no es el virus mismo, sino la incuria de los sistemas de poder mundanos que en nombre de la conquista del poder someten a sufrimiento a los pueblos. Siendo o no el CODIV 19 producto de una guerra biotecnológica, lo cierto es que revela dos verdades: estamos destruyendo la Casa Común, y por lo tanto ésta activa sus anticuerpos; nuestra arrogancia y narcisismo antropocéntrico.     

Me disculpo por elucubrar mientras tantas personas mueren o sufren; pero es necesario dar algunas reflexiones de fe que no nieguen la realidad de las enfermedades y la muerte, ni la realidad del sufrimiento humano ante las enfermedades, sino que asuma la responsabilidad de dar sentido al sufrimiento sin, a su vez, reproducir ideas religiosas fundamentalistas que rompen con la inteligencia y la razón.

 Existen cosas que nos trascienden, lo importante es acompañar a las personas que desde su fe sufren; y a los que sin fe también.  Y no se pueden acompañar sabiamente sin ciertas claridades, y si no hay suficiente claridad por lo menos que haya mucho amor, solidaridad y respeto los unos por los otros.

¿Cómo revela el CODIV 19 la gloria de Dios? (Jn 9) En la solidaridad, el acompañamiento y cuidado de los unos por los otros.


Fuentes.

·         Codina. 20/03/2020. ¿Dónde está Dios? Amerindia. Recuperado de: https://amerindiaenlared.org/contenido/16514/donde-esta-dios/?fbclid=IwAR3f68U3IujkzubNmQ8uhkQWlAz5Cnw6fzLgSG5XkZ2tJMPLRI8QMDLDktE

·         Comte, S. A. (2001) La Felicidad, desesperadamente. Barcelona. Paidós. 

·         Del Barco, J. L. (2000) La vida frágil. Buenos Aires. EDUCA.

·         Dubois, J. J. (2017) Psicología y chamanismo en el siglo XXI. Managua. Anamá ediciones.

·         Ratzinger, J. (2005) Pecado y creación. Pamplona. EUNISA.

·         Ricouer, P. (1976) La simbólica del mal. Buenos Aires. Edic. Megápolis.

·         Tendencias21.  Recuperado de: La paradoja de la existencia del mal si hay Dios sigue sin resolverse. 





Prof. Miguel España
Managua, 24/03/2020


[1] J. J. Dubois, especialista en Psicochamanismo nos dice que cuando una persona es poseída por espíritus o por embrujamiento, unos de los procesos más importantes es el desmoronamiento de los procesos inmunitarios. p, 124. (2017) Psicología y chamanismo en el siglo XXI. Managua. Anamá ediciones. La culpabilización puede entenderse como embrujamiento y a la vez como posesión.
[2] La teología tradicional tiene una respuesta a esto: la doctrina de la universalidad el pecado en base a Romanos 1. Todo, hasta la naturaleza está sometida a vanidad por el pecado. 
[3] Es decir, que el problema del mal emana de la suposición de que un Dios omnisciente y todopoderoso debería ser capaz de arreglar el mundo según sus intenciones. Como el mal y el sufrimiento existen, puede parecer que Dios quiere o permite que existan, por lo que no sería perfectamente bueno, o no sería omnisciente porque no se percata de todo el sufrimiento del mundo, o no es todopoderoso ya que no puede arreglar el mundo para eliminar de raíz el mal. Martínez, Y (23/03/2020) La paradoja de la existencia del mal si hay Dios sigue sin resolverse. Tendencias21.  Recuperado de: La paradoja de la existencia del mal si hay Dios sigue sin resolverse.  

[4] Ratzinger lo declara de la siguiente manera: la forma más grave del pecado consiste en que el hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, porque no quiere aceptar la medida ni los límites que trae consigo. No quiere ser criatura porque no quiere ser medido, no quiere ser dependiente. Entiende su dependencia del amor Creador de Dios como una resolución extraña. Pero esta resolución extraña es esclavitud, y de la esclavitud hay que liberarse. De esta manera el hombre pretende ser Dios mismo. Cuando lo intenta se transforma todo. Se transforma la relación del hombre consigo mismo y la relación con los demás: para el que quiere ser Dios, el otro se convierte también en limitación, en rival, en amenaza. Su trato con él se convertirá en una mutua inculpación y en una lucha, como magistralmente lo representa la historia del paraíso en la conversación de Dios con Adán y Eva (Gen 3,8-13). Se transforma, por último, su relación con el Universo, de modo que se convertirá en una relación de destrucción y explotación. (2005) Pecado y creación. Pamplona. EUNISA. p, 96-97.
[5] André Comte Sponvill hace una seria crítica a la Esperanza como carencia, lo que quiere decir que la Esperanza existe porque existe una carencia, por lo que no se podrá ser feliz porque no se acepta la vida tal cual. Esperar es desear sin saber, esperar es desear sin poder. No basta esperar sino actuar. Esperanza y temor son las dos caras de la misma moneda. Comte, A. (2001) La Felicidad, desesperadamente. Barcelona. Paidós. 

[6] J. J. Dubois, en el mismo libro citado,  sostiene que las enfermedades juegan un rol importante de adaptación, por la enfermedad fisiológica o psíquica, a un entrono restrictivo e insatisfactorio, en un momento precioso de la vida de una persona. p, 175. Continúa diciendo Dubois: La enfermedad no es la salud y la conciencia, esta es un vector fundamental d estos dos últimos. La enfermedad no es el mensaje, sino el mensajero, el mensajero que implica, envuelve el mensaje o información. La enfermedad es la apertura, la brecha que libera, desprende informaciones contenidas, reprimidas (p, 172) La enfermedad la hemos estudiado como un fenómeno que debemos combatir y no como mecanismo de la evolución humana (p, 170).

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