ÉTICA DE LA VULNERABILIDAD
mas allá de la ratio dominatio

En la biblia aparecen muchas historias de
enfermedades y plagas, las cuales tienen una explicación dentro de la historia
de la salvación.
Unas sirven para liberar las trabas humanas que impiden que brille la voluntad redentora de Dios, como el caso de las plagas de Egipto; otras son signos del pecado personal o social como cuando María hermana de Aarón criticó a Moisés por romper una regla étnica al casarse con una Cusita, y por ello Jehová la hizo padecer lepra por 7 días.
Realmente todas las formas de enfermedad son medios
que pueden permitir que la gloria de Dios se revele, o sea, la gloria de Dios
es que la humanidad viva.
Muchos escritores religiosos sostienen la relación
directa entre pecado y enfermedad, según la teología tradicional. Esto se le
llama “teología de la retribución”, o sea, Dios castiga a los pecadores, o por
lo menos Dios estableció las consecuencias patológicas del pecado.
Esta postura tiene un lado cierto y otro mítico. Lo cierto es que el pecado desde la
antigüedad se relaciona con “la mancha” y la “suciedad” según Ricouer. El
pecado no solo funda la culpa, sino que impone un “estigma” social; las personas
devienen en “sucias”. Sobre este mecanismo es que se comprende el poder de la
culpabilización religiosa como el verdadero poder pastoral. Pero la cosa no
termina ahí, resulta que hoy día se estudian los efectos patológicos del pecado
y la culpabilización: realmente “contamina” el sistema inmunológico y puede
llevar a estados enfermizos psicopatológicos y psicosomáticos[1].
La
visión mítica de las enfermedades consiste en que no tiene en
consideración la totalidad de la creación de Dios y entra en contradicciones
con una visión de conjunto del mundo y el universo. La visión teológica de las
enfermedades, la salud, la muerte como proceso biológico, no pueden entrar en
contradicción con los procesos biológicos[2]
(parte de los procesos biológicos es la muerte y las enfermedades) ni con la
visión de Jesús: las enfermedades son para que la gloria de Dios se revele (Jn.
9).
Jesús trasciende la “teología de la retribución” en
sus dos elementos centrales: la enfermedad no es por el pecado heredado (Jn. 9:
3: ni este ni sus padres pecaron), ni es castigo de Dios (son oportunidades:
para que se revele la gloria de Dios).
Para entender esta visión desde el enfoque de la
complejidad debemos resignificar dos categorías centrales: pecado, enfermedad y
salvación.
Pecado es una categoría religiosa, no de las
ciencias médicas. La palabra pecado tiene toda una tradición interpretativa
dentro del texto bíblico. “Errar al blanco”, “desobediencia a la voluntad de
Dios”; y esta se muestra en diferentes formas de falta de amor y solidaridad,
así como deformación de la vida personal y social (pecado moral) Las causas de
tales deformaciones no debemos buscarla en la explicación mítica del “pecado
original”, inexistente en la tradición bíblica. El pecado original es una idea
sistematizada teológicamente por San Agustín (Ricouer. 1976. p, 5-23), y
posteriormente elevada como dogma, y así retomada por los reformadores
protestantes.
Las deformaciones de la persona y la sociedad están
en las mismas realidades de falibilidad, finitud y capacidad de yerro en las
personas. Esta forma “frágil” de ser humano no es por una maldición hereditaria
sino por la simple razón de que no somos dioses, no somos eternos e infalibles.
¡La gloria del hombre y la mujer es su finitud!
Estas características humanas nos hacen comprender
el pecado y el yerro como expresión de nuestra finitud e incompletitud; pero el
pecado es más que yerro, revela además una “sombra” en la persona humana. La
psicología profunda no es dualista, sino que nos revela el doble rostro de la
unidad humana: somos animus y ánima; demens y sapiens. Esta dualidad (no
dualismo) puede ser entendida de dos maneras: desde la antropología del “ser en
devenir”, o la incompletitud de este ser procesual. La base para que el hombre
sea “ser en devenir” es su incompletitud, su falibilidad, su fragilidad. En su finitud
el hombre aspira a más, y ahí crece hacia una nueva síntesis mejor. Por otro
lado algunos pensadores entienden esta dualidad como ruptura de una síntesis
primigenia (pecado original).
Para el que escribe estas líneas la única síntesis
primigenia posible es la mayor información posible en los organismos menos
evolucionados, pero con toda la potencialidad de desenvolvimiento. En otras
palabras: todo lo que es posible existir y evolucionar en el universo ya estaba
contenido en los primeros fragmentos de los orígenes de todo. Luego, se
sostiene que la plenitud del hombre y del cosmos no está al inicio, sino en el
desenvolvimiento de todas sus posibilidades.
En esta visión bioteológica, o cosmoteándrica, la
muerte y las enfermedades, el yerro y el pecado, tienen una explicación que no
rompe con el amor y la majestad de Dios. La teodicea como la conocemos no tiene
lugar en este visión. (Ver paradoja de la teodicea[3])
En ello, las
bacterias, virus, las explosiones de las estrellas… hasta el ser humano y el
desarrollo de su ciencia, todo es parte del proceso evolutivo-salvífico; es la
historia de la salvación; es salvación evolutiva, es proceso de plenificación.
Las bacterias, virus y variaciones genéticas son
parte del diseño creacional del Dios creador; la función de estos es central
para que la vida sea posible y se sostenga. Estas son creaturas de Dios que
tienen una función de vida. Lo que no significa que no tendremos nuestros
cuidados de higiene y médicos.
El problema para la conciencia humana es el antropocentrismo. El ser humano se cree la “corona de la creación”, el ser más importante, el dominus. El ser humano cree que tiene una misión especial en el universo. Entre miles de millones de estrellas, millones de galaxias; con un conocimiento y consciencia tremendamente limitada, y con una influencia igualmente microscópica respecto a su universo; aun así se cree “dominus” del universo, con una misión especial. Aceptémoslo: los humanos no somos tan importantes como creemos. Pero aún así, tenemos mucha potencialidad.
Esta arrogancia ontológica provienen, no solo de
“los sueños de la razón” moderna, sino que tiene una causa en la teología
cristiana. Es la doctrina del señorío del hombre sobre la naturaleza en base a
Génesis 1. Ésta doctrina debe reinterpretarse desde la idea del “cuidado de la
creación” y no como dominio sobre la creación.
Si hacemos una lectura responsable del texto
bíblico veremos como el ser humano está ubicado en el entramado de la creación,
no por encima; su función como creatura hecho a imagen de Dios es reproducir el
cuidado de la vida, así como Dios ha tenido ese cuidado. Una función de
responsabilidad no de voracidad y dominio.
Dentro de este “cuido” el ser humano es responsable
de conocer su mundo y utilizarlo a su favor, por ejemplo, con la medicina
prevenir y curar enfermedades, para hacer mejor la estadía de las personase en
la tierra. Utilizarlo como don y medio de vida sin provocar su destrucción por
abusos biotecnológicos como es el caso de las guerras bacteriológicas,
modificación genética del ser humano, etc.
Las enfermedades no son ni espíritus inmundos, ni
castigo de divino; son expresión de los procesos bilógicos naturales
establecidos por Dios en su creación. Que diga en el texto de Génesis que Dios
todo lo hizo bello y bueno en gran manera, no significa que se excluyan los
equilibrios biológicos, donde las bacterias y virus juegan un papel
importantísimo; al contrario, el mundo es bello y bueno a causa de su
equilibrio, donde todos estamos implicados en la trama de la vida.
Los desajustes y desequilibrios en y entre los
organismos vivos son naturales y forman parte de los procesos de creación y
sostenimiento de la vida. Ningún árbol, ave, planta, etc., objetará su finitud
y caducidad. Su vida es un don y servicio que se entrega para la vida de otros
seres y del gran organismo planeta-vida.
Ahora, esto no es así con el ser humano. Por tener conciencia de sí el humano vive las enfermedades, más aun la muerte, con agonía o sufrimiento, no solo de los procesos patológicos sino de su expectación ante la muerte. Esto ha sido y será así siempre que haya seres humanos. El problema surge cuando se desajusta el equilibrio en las relaciones humano-naturaleza, y así el ser humano rechazando su finitud va en busca de su autodivinización; y en su arrogancia provoca su misma autodestrucción[4]. El hombre moderno representa el cumplimiento de la promesa de la serpiente: y seréis como dioses.
La razón, la ciencia, la medicina, los derechos, siendo conquistas humanizadoras a la vez contienen un núcleo espiritual ambiguo: han hecho de los individuos cuasi dioses. Hoy día es cuando el ego humano es casi infinito. Por ello se da la negación de nuestra naturaleza finita.
La fe cristiana entra en escena contra toda forma de autolatría (idolatría, androlatría, etc.) y para restablecer el equilibrio relacional entre Dios y el hombre, entre el hombre y la naturaleza; reconciliando todas las cosas (Col. 1: 18-24). Por ello la fe cristiana no niega las enfermedades ni el sufrimiento por la expectación de la muerte. Pero aporta una estructura que soporta la vida aún en medio de estas situaciones: la fe y la esperanza.
La fe ubica en su lugar el ego divinizado humano: somos creaturas, sólo Dios es Dios. Solo es posible darle la gloria a Dios cuando la vida del hombre se recrea y se guarda-esconde en Dios mismo. La fe permite alabar en espíritu y en verdad porque nos ubica en el reconocimiento de nuestra finitud, y nos permite reconocer la majestad de Dios. A la vez esta fe nos activa la esperanza escatológica (contrario a la esperanza deshabilitante[5]) para tener la convicción de que, aunque débiles y finitos, nuestra vida la pertenece a Dios.
Deshonramos a Dios cuando declaramos sanidades o cancelación de patologías, y cuando no sucede tal declaración arrogante decimos: es que no tenía suficiente fe (el que lo declara o el beneficiario). Justificarse así es poner en aprieto a Dios, ya que naturalmente las personas se preguntarán: ¿acaso la bondad de Dios no excede la infidelidad humana?, ¿acaso donde abunda el pecado no sobreabundará la gracia?
Pero también se dice: “el coronavirus Dios lo envío
para que la gente se arrepienta de sus pecados y busque a Dios con corazón
arrepentido”. Entonces les preguntaríamos a esas personas: ¿acaso la iglesia no
es la enviada para tal propósito?, ¿Dios instrumentalizaría el dolor ajeno para
su propio beneficio?, ¿y los muertos que no podrán “arrepentirse”?, ¿Dios es
culpable del sufrimiento humano?... Entonces surge la respuesta de cajón: “no
somos nadie para cuestionar a Dios, sus planes son perfectos”.
Estamos de acuerdo en ello, pero el problema no
está en “cuestionar a Dios”, sino que el cuestionamiento es a nuestra
pretensión de justificar a Dios, a defender a Dios, a nuestros discursos de
poder; al final no es defensa a Dios sino justificaciones ante nuestra
ignorancia y falta de humildad. No podemos afirmar absolutos, creyendo que es
la “sana doctrina”. Existen frases religiosas que confunden en vez de aclarar.
Por ello podemos diferenciar la teología fuerte de
la débil: la teología fuerte es la de absolutos, que funda egos inflados, a tal
grado que en nombre de una interpretación de la “sana doctrina” se inmuniza de
la debilidad y sufrimiento humano; por otro lado la teología débil es aquella
que le da toda la gloria a Dios, y ubica al ser humano en su justa dimensión:
la finitud.
El poder que nos da la fe es de espera, humildad y
plena confianza en el cuidado de Dios, no para arrogarnos superpoderes cuasi
divinos. La fe activa nuestra conciencia de cuidado y responsabilidad. Nos
recuerda nuestra fragilidad y por lo tanto nos hace responsables unos de otros.
Esta cuestión la
podemos ampliar a la luz de la tesis 21 de Lutero en la diputación en
Heidelberg:
El teólogo de la gloria llama a lo malo, bueno y a
lo bueno, malo; el teólogo de la cruz denomina a las cosas como en realidad
son.
Los
teólogos de la gloria hoy día sostienen una teología afirmativa de absolutos.
El centro de esta postura es que los absolutos dejan de ser “misterios de Dios”
para pasar a ser propiedad de superapostoles o superpredicadores (teología de
lo sobrenatural). Existen muchas teologías de la gloria que han fundado sendas
religiones políticas, desde Amón Ra, hasta el positivismo y nacionalismos del
siglo XIX. Estas son teologías
descendentes y no necesitan la historia, los proceso ni la libertad y dignidad
humana. Estas teologías de la gloria revelan un tipo de divinidad absolutistas,
superpoderosas, como las del panteón griego, romano, egipcio, etc.
La
única teología que no parte de la gloria sino de la cruz es la teología
evangélica. La teología evangélica es la crítica a los dioses de la gloria, y
todo su sistema litúrgico del poder. La teología evangélica revela al Dios Abba
en la persona de Jesús de Nazaret. ¿Cómo
es posible que Abba sea el Dios verdadero si permitió el asesinato de su
enviado?, ¿acaso Amon Ra, Júpiter o Quetzalcóatl hubieran permitida el
asesinato de su enviado? Ser todopoderoso obliga a someter; no importan las
razones ni el sentido, basta someterse a la creencia, al providencialismo, o
sino esperar la ira divina.
La
teología evangélica subvierte el presupuesto fundamental de la teología de la
gloria: no es el poder-sometimiento el que salva, sino la entrega de la vida en
servicio salvífico. La muerte al tragarse la luz fue subvertida desde sus
propias entrañas en luz. La muerte para el que cree es “más vida”. Jesús
descendió a los infiernos y ahí predicó a los espíritus cautivos.
La cruz
es símbolo del juicio de Dios contra todos los ídolos de la gloria. La cruz es
esperanza de vida para los que sufren. La cruz como símbolo de la total
negatividad del mundo torna en negatividad reveladora (1 Cor. 1: 27-31).
“Lo negativo es el fondo sobre el que resalta aún
más el gran potencial humano de insólitas perfecciones, como sonata nocturna en
un silencio de orbes, y es la prueba de que el hombre puede crecer y crecer en
las peores condiciones, pues es el ser que corrige, añade, se sobrepone, como
ilusión no abatidas por riadas de sin sabores, y es el mejor testimonio de que
la nada no triunfa y de que lo negativo no impone su veredicto”. (Del Barco.
2000. P, 46)
Lo negativo deja brillar las potencialidades; el
caos es transición a un orden superior; las crisis son oportunidades de
crecimiento.
¿Dónde está Dios en todo esta crisis?, ¿en los
discursos fundamentalistas o en la solidaridad?
Víctor
Codina nos dice: Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y
sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas
antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para
solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que
difunden esperanza (Codina. 20/03/2020. ¿Dónde está Dios?).
Pero
por qué no reconocer que Dios también está en las bacterias, en los virus, en
los proceso entrópicos, caóticos, que permiten a los sistemas vivos sostener la vida[6].
Esta observación puede ser dura, más en momentos de sufrimiento por un
virus como el CODIV 19. Pero no nos confundamos: Dios puede estar en el CODIV
19 no porque Dios lo haya enviado como castigo o pedagogía iniquitatis (para que nos arrepintamos), sino en cuanto que la
creación en parte es sostenida por este y muchos otros virus.
El gran
mal que revela esta pandemia no es el virus mismo, sino la incuria de los
sistemas de poder mundanos que en nombre de la conquista del poder someten a
sufrimiento a los pueblos. Siendo o no el CODIV 19 producto de una guerra
biotecnológica, lo cierto es que revela dos verdades: estamos destruyendo la
Casa Común, y por lo tanto ésta activa sus anticuerpos; nuestra arrogancia y
narcisismo antropocéntrico.
Me disculpo por
elucubrar mientras tantas personas mueren o sufren; pero es necesario dar
algunas reflexiones de fe que no nieguen la realidad de las enfermedades y la
muerte, ni la realidad del sufrimiento humano ante las enfermedades, sino que
asuma la responsabilidad de dar sentido al sufrimiento sin, a su vez,
reproducir ideas religiosas fundamentalistas que rompen con la inteligencia y
la razón.
Existen cosas que nos trascienden, lo
importante es acompañar a las personas que desde su fe sufren; y a los que sin
fe también. Y no se pueden acompañar
sabiamente sin ciertas claridades, y si no hay suficiente claridad por lo menos
que haya mucho amor, solidaridad y respeto los unos por los otros.
¿Cómo revela el
CODIV 19 la gloria de Dios? (Jn 9) En la solidaridad, el acompañamiento y
cuidado de los unos por los otros.
Fuentes.
·
Codina. 20/03/2020.
¿Dónde está Dios? Amerindia. Recuperado de: https://amerindiaenlared.org/contenido/16514/donde-esta-dios/?fbclid=IwAR3f68U3IujkzubNmQ8uhkQWlAz5Cnw6fzLgSG5XkZ2tJMPLRI8QMDLDktE
·
Comte, S. A. (2001)
La Felicidad, desesperadamente. Barcelona. Paidós.
·
Del Barco, J. L.
(2000) La vida frágil. Buenos Aires. EDUCA.
·
Dubois, J. J. (2017) Psicología y chamanismo en
el siglo XXI. Managua. Anamá ediciones.
·
Ratzinger, J. (2005) Pecado y
creación. Pamplona. EUNISA.
·
Ricouer, P. (1976)
La simbólica del mal. Buenos Aires. Edic. Megápolis.
·
Tendencias21. Recuperado de: La paradoja de la existencia
del mal si hay Dios sigue sin resolverse.
Prof.
Miguel España
Managua,
24/03/2020
[1]
J. J. Dubois, especialista en Psicochamanismo nos dice que
cuando una persona es poseída por espíritus o por embrujamiento, unos de los
procesos más importantes es el desmoronamiento de los procesos inmunitarios. p,
124. (2017) Psicología y chamanismo en el siglo XXI. Managua. Anamá ediciones.
La culpabilización puede entenderse como embrujamiento y a la vez como posesión.
[2]
La teología tradicional tiene una respuesta a esto: la
doctrina de la universalidad el pecado en base a Romanos 1. Todo, hasta la
naturaleza está sometida a vanidad por el pecado.
[3]
Es
decir, que el problema del mal emana de la suposición de que un Dios
omnisciente y todopoderoso debería ser capaz de arreglar el mundo según sus
intenciones. Como el mal y el sufrimiento existen, puede parecer que Dios
quiere o permite que existan, por lo que no sería perfectamente bueno, o no
sería omnisciente porque no se percata de todo el sufrimiento del mundo, o no
es todopoderoso ya que no puede arreglar el mundo para eliminar de raíz el mal.
Martínez, Y (23/03/2020) La paradoja de la existencia del mal si hay Dios sigue
sin resolverse. Tendencias21. Recuperado
de: La paradoja de la existencia del mal si hay Dios sigue sin resolverse.
[4]
Ratzinger lo declara
de la siguiente manera: la forma más grave del pecado consiste en que el hombre
quiere negar el hecho de ser una criatura, porque no quiere aceptar la medida
ni los límites que trae consigo. No quiere ser criatura porque no quiere ser
medido, no quiere ser dependiente. Entiende su dependencia del amor Creador de
Dios como una resolución extraña. Pero esta resolución extraña es esclavitud, y
de la esclavitud hay que liberarse. De esta manera el hombre pretende ser Dios
mismo. Cuando lo intenta se transforma todo. Se transforma la relación del
hombre consigo mismo y la relación con los demás: para el que quiere ser Dios,
el otro se convierte también en limitación, en rival, en amenaza. Su trato con él
se convertirá en una mutua inculpación y en una lucha, como magistralmente lo
representa la historia del paraíso en la conversación de Dios con Adán y Eva
(Gen 3,8-13). Se transforma, por último, su relación con el Universo, de modo
que se convertirá en una relación de destrucción y explotación. (2005) Pecado y
creación. Pamplona. EUNISA. p, 96-97.
[5]
André Comte Sponvill
hace una seria crítica a la Esperanza como carencia, lo que quiere decir que la
Esperanza existe porque existe una carencia, por lo que no se podrá ser feliz
porque no se acepta la vida tal cual. Esperar es desear sin saber, esperar es
desear sin poder. No basta esperar sino actuar. Esperanza y temor son las dos
caras de la misma moneda. Comte, A. (2001) La Felicidad, desesperadamente.
Barcelona. Paidós.
[6]
J.
J. Dubois, en el mismo libro citado, sostiene que las enfermedades juegan un rol
importante de adaptación, por la enfermedad fisiológica o psíquica, a un
entrono restrictivo e insatisfactorio, en un momento precioso de la vida de una
persona. p, 175. Continúa diciendo Dubois: La enfermedad no es la salud y la
conciencia, esta es un vector fundamental d estos dos últimos. La enfermedad no
es el mensaje, sino el mensajero, el mensajero que implica, envuelve el mensaje
o información. La enfermedad es la apertura, la brecha que libera, desprende informaciones
contenidas, reprimidas (p, 172) La enfermedad la hemos estudiado como un
fenómeno que debemos combatir y no como mecanismo de la evolución humana (p,
170).
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