ACERCAMIENTO
A LAS RELACIONES ENTRE RELIGIÓN Y POLÍTICA EN PERÚ
A lo largo del siglo XIX, la ola misionera pro testante se extendió por
el mundo en paralelo con la expansión de las potencias imperiales protestantes:
Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos. En Perú, hacia 1915, el 90% de la
fuerza misionera protestante era estadounidense o británica. Los primeros
misioneros protestantes que visitaron Perú fueron los denominados colportores
(vendedores de biblias) de la Sociedad Bíblica Americana (SBA) y la Sociedad
Bíblica Británica y Extranjera (SBBE). Su labor se circunscribía solo a
distribuir la Biblia. A diferencia de ellos, los misioneros adscritos a una
agencia misionera sí buscaban establecerse de manera permanente en el país.
Algunos, como el metodista William Taylor, exploraron Perú en la década de
1870, pero la Guerra del Pacífico interrumpió dichos intentos.
Luego del fin de la guerra, nos
informa Juan Fonseca (Revista Diálogo Andino. 2020. No. 63) los colportores
reaparecieron. Uno de ellos, el metodista ítalo-uruguayo Francisco Penzotti,
estableció en 1889 la primera congregación protestante conformada por peruanos.
Desde entonces, misioneros de diversas agencias se establecieron en el país,
principalmente metodistas, evangélicos independientes y adventistas. En 1913,
sin contar a los adventistas, 43 misioneros trabajaban en Perú Sobre la base de
la tipología propuesta por (Míguez Bonino), en este período predominaron los
misioneros de la vertiente liberal, principalmente representada en el
metodismo, mientras que la línea evangélica estuvo predominantemente
representada por los misioneros de la Evangelical Union of South America
(EUSA). Los adventistas estaban más cerca a lo evangélico, aunque con las
particularidades de su doctrina milenarista.
En todos los países donde
se establecieron los misioneros protestantes tuvieron un rol importante como
agentes culturales durante el período de expansión del imperialismo occidental,
tanto en las metrópolis como en las periferias. En las metrópolis, los
misioneros eran considerados agentes necesarios en la estrategia de expansión
de las potencias imperiales. En ese sentido, el rol del misionero no solo se
circunscribía a la difusión de un mensaje religioso, sino también, y
principalmente, a su función como "civilizador" (Bastian (1990) y
reforzadores del sentido ético de la expansión misionera-imperialista: bajo el
doble eje de la 'biblia y la bandera', gobiernos, comerciantes, exploradores y
otros aventureros explotaron el aura de responsabilidad ética provista por la
religión para cada esfuerzo de llevar la civilización británica a un mundo ignorante".
Uno de estos logros “éticos” fue la lucha por la tolerancia religiosa
que, según Juan Fonseca BIRA. 2003. No. 30)[1]:
se convirtió entonces en el gran objetivo de los protestantes. Esto finalmente
se obtuvo algunos años después, en 191 3, no sin superar una serie de
escaramuzas y retrocesos. De igual manera, Juan Fonseca, en el texto referido, nos
sigue ilustrando:
En tanto que el Estado mantuvo una
actitud agresivamente modernizadora, las puertas hacia el protestantismo estuvieron
abiertas, especialmente por su origen anglosajón. No obstante, la influencia de
la Iglesia Católica, en ese momento critica de la mayoría de los principios de
la modernidad, impidió que las relaciones entre los agentes religiosos
protestantes y algunos gobiernos fueran más sólidas.
Esto
fue así ya que los protestantes tenían conciencia de que su mensaje tenía dos
niveles: 1. Por un lado, la promoción de los valores e ideales modernizadores
que formaban parte consecuente de su mensaje y su trasfondo cultural; 2. por
otro, su anhelo de convertirse en una alternativa religiosa legítima para la
sociedad. Los aportes culturales y sociales que trajeron eran sólo un medio
para legitimar su prédica religiosa y a la vez una "pre-condición"
para su subsistencia.
Hasta
mediados del siglo XX en Perú, así como sucedía en el resto de América Latina,
fueron las iglesias evangélicas de tipo conservador las que crecieron más, pero
en la década de 1960 se inició el proceso de pentecostalización de las iglesias
evangélicas con el crecimiento explosivo del movimiento pentecostal, tanto
misionero como criollo. En este contexto se da la nacionalización de la obra
evangélica en Perú por la fuerte impronta nacionalista de Juan Velasco Alvarado
(1968-1975), caracterizado por las ideas de revolución, corporativismo,
nacionalismo y una clara política en contra de la oligarquía de ese entonces.
Como consecuencia de esta política del gobierno militar se promovió la
expropiación de las empresas dirigidas por capitales extranjeros y la eliminación de los valores “extranjerizantes”,
especialmente todo aquello relacionado con los Estados Unidos. Ante este
peligro de expropiación que corrían los emprendimientos extranjeros en Perú, las
iglesias evangélicas —muchas de ellas dependientes de los misioneros
extranjeros o del sostenimiento económico de sus iglesias-madre, en sus países
de origen— decidieron trasladar formalmente el gobierno de las iglesias evangélicas a los líderes nacionales. (Pérez.
2017. 118)
Las
relaciones entre los evangélicos y la política en el Perú se rastrea desde la
relación entre Víctor Hay de la Torre, fundador del partido APRA y J. Mackay,
misionero protestante escoces. Por esa razón las primeras experiencias de
participación política y electoral de los evangélicos estuvieron relacionadas
con el Partido Aprista; primero en el caso de José Ferreira, como representante
al Parlamento por el departamento de Cerro de Pasco (en más de una oportunidad)
y, luego, con la candidatura del pastor Pedro Arana a la Asamblea Constituyente
de 1979. (Pérez, Grundberger. 2018. 412)
Pero,
como ocurría en toda Latinoamérica, las pociones eran diversas y hasta
confrontadas, respecto a la incidencia social y política de los evangélicos.
José Luís Pérez y Amat y León (Pérez, Grundberger. 2018. 412) nos lo
confirman: por un lado, un sector más
vinculado con el pentecostalismo clásico y los evangélicos conservadores veía
esta participación con recelo y sospecha; mientras que otro sector evangélico,
con un nivel más desarrollado de conciencia social, procuró relacionar esta
experiencia con un acto de ética consecuente con la fe integral del Evangelio.
De
la apoliticidad se salta a la contienda política, como producto de un proceso
de crecimiento numérico y mayor presencia en la sociedad peruana, lo que le
permitió en las elecciones Generales de 1980, organizarse en el denominado
“Frente Evangélico”, primer intento de participación organizada de los evangélicos
en el Perú. Para las Elecciones Generales de 1985 otro grupo de evangélicos
pretendió organizarse políticamente para presentar candidatos. Se trataba de la
Asociación Movimiento Cristiano de Acción Renovadora (AMAR), formada por un
grupo de líderes pentecostales, quienes finalmente no consolidaron propuesta
propia y terminaron apoyando la lista de un partido de línea conservadora —
Convergencia Democrática— sin ningún éxito, hasta la radicalización de la
Asociación de Grupos Evangélicos Universitarios del Perú (AGEUP), que compartía
una práctica social y política en torno a la vida universitaria y su aporte profesional
al Concilio Nacional Evangélico del Perú (CONEP), los cuales, nos dicen Pérez y
León (Pérez, Grundberger. 2018. 413): Influenciados por sus nuevos líderes,
simpatizantes de corrientes socialistas, este grupo comenzó a explorar su
participación política a través de los diversos partidos políticos de
izquierda, desde los llamados “cristianos de izquierda” hasta los más radicales
de influencia marxista y maoísta. Lo interesante es que estos jóvenes
profesionales evangélicos hacían esto no en contradicción con su fe, sino como
consecuencia de ella.
Perú
es un país con una población de más de 31 millones de habitantes, de los cuales
el 74,3%, se asume católico y el 15,6%, cristiano evangélico, según el último
Censo Nacional de 2017. (Pérez y Grundberger. 2018. 76) En Perú la
participación político-partidaria se consolida en 1990, con las elecciones
generales en las que resultó ganador Alberto Fujimori. J. Luis Pérez (2017. 86)
nos informa que: En aquella ocasión participaron, inéditamente, cincuenta
candidatos evangélicos en el partido de Fujimori, “Cambio 90”, de los cuales
fueron elegidos 18, aparte del vicepresidente, el pastor bautista Carlos García,
el mismo que posteriormente rechazara el golpe perpetrado en 1992, según
Catalina Romero (Ameigeiras. 2012. 114-115) En este contexto de rechazo al golpe,
Fujimori excluye a los grupos evangélicos más críticos llamándolos “malos
evangélicos” y hace alianza con “buenos evangélicos”, o sea, aquellos que
apoyaron el autogolpe de 1992 y que dieron legitimidad a las propuestas más
controversiales del gobierno fujimorista, los cuales, en palabras de J. L.
Pérez (2017. 125), llenaron “el espacio
dejado por los políticos evangélicos de la “misión integral” (críticos) por las
expectativas políticas de un grupo de pastores neopentecostales, provenientes
de sectores medios y medios altos.
En
un contexto de crímenes de lessa humanidad perpetrada, tanto por las fuerzas de
seguridad del gobierno como por la guerrilla Sendero Luminoso, que en toda la
década de 1980 habría cobrado más de 70.000 vidas (Harper. 2007. 118), algunos de
los muertos y torturados eran líderes religiosos, tanto evangélicos como
católicos[2]. Empezó
a crecer la diversidad religiosa (entre 1981-2007), por los cambios
constitucionales y por las condiciones producidas por el conflicto armado
interno que se vivió en el país en la década del ochenta. Otro factor ha sido
la mayor participación en la política de personalidades y partidos con
referencias religiosas a partir de los años noventa (Ameigeiras. 2012. 113)
Claramente podemos diferenciar la participación en espacios públicos de las
iglesias en los años 80 desde plataforma de defensa de derechos humanos,
principalmente de algunas iglesias evangélicas históricas y de algunos sectores
católicos; posterior a 1990 las plataformas son partidos y facciones políticos evangélicos,
esta vez más de corte neopentecostal, los cuales disputan el liderazgo
religioso y el protagonismo político. Si bien ellos siguen siendo una minoría
en términos cuantitativos, han logrado promover una cosmovisión religiosa
dentro del mundo evangélico caracterizada por la resacralización o
reencantamiento del mundo, la presencia pública de la iglesia en los medios, la
expectativa del ascenso social, la incursión misionera en sectores medios y
altos de la población, y la participación en la vida política del país. (Perez
y Grundberger. 2018. 77)
Para
cerrar citaremos a Gerson Julcarima (Sánchez y Valenzuela. 2020. 110-113)[3]
el cual no informa:
En 2001, luego de la debacle
del Gobierno fujimorista, el número de candidatos evangélicos cae de 35 a 28 y
se distribuye en nueve movimientos políticos diferentes (Perú Posible, Unidad
Nacional, Frente Independiente Moralizador, Proyecto País, Todos por La
Victoria, Somos Perú-Causa Democrática, Cambio 90, Renacimiento Andino y Unión
por el Perú). Pero solo resultan elegidos tres de ellos. Luego, en 2006, se
registra un aumento exponencial del número de candidatos evangélicos. Según
Batalla, habrían postulado alrededor de 120 candidatos evangélicos,
distribuidos en no menos de 13 movimientos o partidos políticos diferentes
(Restauración Nacional, Reconstrucción Democrática, APRA, Alianza para el
Futuro, Renacimiento Andino, Unidad Nacional, Concertación Descentralista,
Unión por el Perú, Justicia Nacional, Fuerza Democrática, Perú Ahora, Avanza
País y Progresemos Perú). El aumento de candidatos evangélicos se explica
básicamente por la entrada en escena de dos movimientos políticos de
inspiración evangélica, Restauración Nacional y Reconstrucción Democrática, los
cuales se convirtieron en la vía natural para llegar al Congreso de los
pastores y/o líderes pentecostales (y neopentecostales) interesados en
trasladar su influencia religiosa al campo político.
TABLA TIPOLÓGICA DEL PROTESTANTISMO EN PERÚ (Tomado de J.
Fonseca: https://argumentos-historico.iep.org.pe/wp-content/uploads/2018/09/Fonseca-J.-2018-Conceptos-b%C3%A1sicos-para-comprender-el-mundo-evang%C3%A9lico-en-el-Per%C3%BA.pdf)
María Campos nos amplia: En este escenario, las iglesias asentadas en el
territorio nacional, jugaron un papel importante por su capacidad de reflexión
para dar sentido a lo que vivían, por la posibilidad de articulación local y
nacional, y en muchos casos internacional. La capacidad de construir lazos de
confianza entre comunidades les permitió percibir mejor los peligros que
afrontaban, recibir solidaridad externa, y levantar la voz en su propia defensa
o de los más vulnerables.
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