RELIGIÓN Y POLÍTICA EN LA CONSTRUCCIÓN DE LAS IDENTIDADES EN URUGUAY
La separación
institucional Iglesia-Estado en Uruguay se concreta formalmente el 1 de enero
de 1919 con la entrada en vigencia de una nueva Constitución Nacional[1].
Dicho proceso fue caracterizado por fuertes enfrentamientos entre las élites
que conducían la construcción del Uruguay del período llamado de la primera
modernización y la Iglesia católica, proceso caracterizado por: La debilidad
institucional de la Iglesia católica, el modelo inspirador de las élites
dominantes y la importancia de la inmigración europea[2]
como elementos intervinientes en la construcción social del país. (Ameigeiras.
2014. 99) De ahí que se dé un desplazamiento de las creencias y las
instituciones religiosas desde la esfera pública a la privada, dando lugar a
través del proceso de laicidad la sustitución de las religiones establecidas
por la “religión civil”.
2. La
segunda etapa caracterizada como la etapa del “gueto católico”, en la que la
Iglesia Católica se repliega sobre sí misma (Tiempos del “gueto católico”,
caracterizado por un alejamiento de los grandes temas sociales y de la
política, una actitud de recelo y desconfianza ante lo que proviniera de fuera
del espacio católico (p, 61), período que podemos situar entre 1920 y 1960.
3. La
tercera etapa implica un cambio en la ubicación social de la Iglesia y se da en
conjunción con fenómenos de índole nacional y otros de carácter universal, al
menos en Occidente, como la década del sesenta, el Concilio Vaticano II, entre
otros.
LAICIDAD EN
EL URUGUAY DEL SIGLO XXI.
Traeremos
una síntesis del artículo de N. Da Costa titulado “La laicidad uruguaya” el
cual aparece en el Archivo de Ciencias Sociales de Religión (2009. No. 146)[5]
En dicha oportunidad el
Presidente Vázquez distinguió laicidad de laicismo, refiriéndose a la laicidad
como “un marco de relación en el que los ciudadanos podemos entendernos desde
la diversidad pero en igualdad”, y afirmando que “la laicidad no es incompatible
con la religión; simplemente no confunde lo secular y lo religioso”. Tres
afirmaciones en su discurso profundizan dicha reflexión:
Se falta a la laicidad cuando se impone
a la gente. Pero también se falta a la laicidad cuando se priva a la gente de
acceder al conocimiento y a toda la información disponible.
La laicidad no es empujar por un solo
camino y esconder otros. La laicidad es mostrar todos los caminos y poner a
disposición del individuo los elementos para que opte libre y responsablemente
por el que prefiera.
La laicidad no es la indiferencia del
que no toma partido. La laicidad es asumir el compromiso de la igualdad en la
diversidad.
La claridad del texto, así
como el lugar elegido para el discurso, ponen de relieve una voluntad de avanzar
en la consideración de una laicidad a la altura del siglo xxi.
Si bien el marco jurídico era amplio y su aplicación era efectiva,
se notaba una clara sanción cultural a quienes profesaran públicamente su fe
religiosa. Aunque esta matriz cultural se ha ido resquebrajando con el tiempo,
subsiste aún en ciertas elites universitarias y de aparatos de gobierno, en un
país con una pirámide de edades envejecida (el de más baja tasa de natalidad de
América Latina), y en donde las elites ocupan espacios de poder hasta pasados
los setenta años, lo que contribuye a que los cambios en términos de
comportamiento religioso que han tenido lugar en la vida de la sociedad
uruguaya sean prácticamente ignorados por dichos sectores.
En relación al tratamiento que reciben las Iglesias por parte del
Estado, es preciso apuntar que no existe ningún tipo de tratamiento especial
hacia ninguna religión, a diferencia de lo que ocurre en otros países de la
región. Los sacerdotes no reciben ningún aporte económico por parte del Estado,
como tampoco las iglesias. No existen capellanes militares ni estructuras que
imbriquen en forma permanente a las autoridades eclesiásticas o a la Iglesia
Católica con el poder institucional del Estado. Por otro lado, lo anterior no
impide que algunos integrantes de la Iglesia Católica hayan participado en
momentos específicos en asuntos de Estado. Como ejemplo cabe citar que unos
años atrás algunos sacerdotes fueron convocados por la presidencia de la
República para integrar una Comisión para la Paz que tuvo por objeto contribuir
a esclarecer las desapariciones forzadas en tiempos de dictadura. En la mayoría
de los casos, los sacerdotes convocados a esa comisión habían mantenido durante
décadas una clara lucha antidictatorial y en defensa de los derechos humanos,
por lo que la invitación no estaba relacionada con su rol de integrantes de una
institución eclesiástica, sino con su compromiso con dichos asuntos.
El desplazamiento de lo religioso a lo privado, la ausencia de
apoyos o de financiamiento estatal han hecho que la construcción de la
legitimidad social de las iglesias provenga de la sociedad civil, de la que son
un integrante más. Su credibilidad o descrédito no dependen de su relación con
el Estado, sino de su propia ganancia de credibilidad con la población.
Algunos sectores de ciertas iglesias, incluida la católica, han
expresado un fuerte rechazo al proyecto, y han organizado campañas de difusión
y de rechazo basados en sus convicciones. Por otra parte, las organizaciones
que tienen una postura de total respaldo al proyecto hacen lo mismo,
desarrollando estrategias de posicionamiento en el espacio público, así como
campañas de difusión. Ambas posiciones se expresan desde la sociedad civil, y
tienen por objeto sensibilizar a los legisladores respecto a su posición; sin
embargo, el poder político actúa con plena independencia de las posiciones que
provienen del espacio religioso. Luego de un largo trayecto, el Parlamento
logró aprobar una ley de salud reproductiva que incluía la despenalización del
aborto.
Pero más allá de estos asuntos, se habla también de “violación de
la laicidad” cuando se consideran o introducen puntos de vista políticos
partidarios en la educación. El concepto de laicidad se extiende, en Uruguay, a
una neutralidad de lo estatal (confundido con lo público) ante lo religioso y
lo político. Esta característica de inclusión de lo político en el mismo rango
que lo religioso es algo poco común. Probablemente sólo sea posible porque el Estado
uruguayo naciente a principios del siglo xx sacralizó la política, otorgándole una centralidad
sustancial para la construcción de lo colectivo y transfiriéndole
significaciones sacras.
CONCLUSIÓN
Dado que el concepto de laicidad no es algo fijo en el tiempo, la
sociedad uruguaya necesitará redefinirlo colectivamente asumiendo su potencial
inclusivo, sin prejuicios y con capacidad de dar cuenta de la diversidad como
valor, aunque eso genere temor en los viejos sectores jacobinos. Asumir un
concepto de laicidad actual, plural e inteligente es probablemente el mayor
reto que respecto a estos asuntos tiene por delante el Uruguay. Resulta
imprescindible para vivir en un mundo actual que ha dejado de ser homogéneo (si
alguna vez lo fue), e implica reafirmar lo que los uruguayos han aceptado como
valor: la diferenciación secular entre lo político y lo religioso, y la
independencia recíproca entre el Estado y los grupos religiosos. También
implica avanzar en la distinción de lo público, lo privado y lo estatal. La
expresión pública de las diferentes formas de vivir y de creer forma parte del
todo diverso del que se compone la sociedad uruguaya, lo que, lejos de
parcializarla, permite reflejar su realidad compleja y diversa.
RECURSO: VIDEO PRESENTACIÓN LIBRO: ¿DE QUÉ LADO ESTA CRISTO? RELIGIÓN Y POLÍTCA EN EL URUGUAY DE LA GUERRA FRIA.
[1] Para ampliar sobre los antecedentes que dieron lugar al
proceso secularizador en Uruguay se puede consultar la obra de Néstor D Costa
(2003) Religión y Sociedad en el Uruguay del Siglo XXI. Montevideo CLAEH,
Centro UNESCO.
[2] Fue el caso francés el que sirvió de inspiración a las
elites constructoras del Estado uruguayo a fines del siglo xix y
comienzos del xx, época en que tuvo lugar en el Uruguay un fuerte
enfrentamiento entre el naciente Estado uruguayo, que reclamaba para sí el
control de diversos aspectos de la vida colectiva, y la Iglesia Católica, que
administraba determinados espacios que hoy entendemos como propios del Estado.
(Da Costa. 2009. 138 https://journals.openedition.org/assr/21270)
[3]
Da Costa (2003. 167) aclara las tres posiciones fundamentales en torno a la
idea de laicidad: La laicidad
integralista puede ser definida como la posición más radical, casi negadora
de lo religioso, que engloba un claro prejuicio antirreligioso y más
fuertemente anticlerical, librando batallas para no admitir concesiones de
ninguna especie a propuestas que tengan que ver con el mundo religioso,
esbozando un cierto menosprecio por ese espacio social, utilizando muchas veces
discursos y posturas que se dieron cien años atrás en otro Uruguay. La laicidad plural refiere a la posición
que sostiene la necesidad y conveniencia de la separación de lo religioso y lo
estatal, a la vez que se muestra abierta a considerar el fenómeno religioso
como algo que no debe ser dejado de lado ni menospreciado sin que se llegue a
una confesionalización de lo público. En tercer lugar, la no laicidad es la postura opuesta a la primera. Ve la laicidad
como discriminación y negación de Dios, al identificarlo con la postura
sostenida generalmente por alguna autoridad eclesiástica, y aboga por la
incorporación de Dios al sistema educativo. Esta posición es sostenida por
sectores religiosos de corte integralista.
[4]
En 1918, año de promulgación de la nueva Constitución, la historiografía
registra la publicación del “Catecismo liberal para el pueblo”, publicación que
asumía en su estructura el formato de los catecismos católicos… La necesidad de
un entramado moral laico que diera sustento cohesionador al proyecto
modernizador de construcción del Estado uruguayo aparece con suma claridad. A
fines del siglo XIX y comienzos del XX, la recolocación privatizadora del lugar
de lo religioso y el correspondiente repliegue institucional de las Iglesias
tradicionales, generaban la emergencia más o menos ambigua de un conjunto
variable de “sustitutos laicos” de la religión. (Se critica al proceso laico,
principalmente en tiempos del batllismo como Estado-Dios o Estadolatría). La
construcción de una religión civil implicó también la ubicación de alguna
figura fundante, un padre de la patria, el caso de Uruguay en torno a la figura
de José Gervasio Artigas. Aparece así el Padre Nuestro Artigas, zona de
concordia, centro de una religión cívica. El himno a Artigas que los uruguayos
aprendimos en la escuela lo pone a la altura de un dios. (De Costa. 2003. 100-
105)
[5] https://journals.openedition.org/assr/21270?lang=en
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